DOSSIER 9.3: Dionisio Cisneros en la literatura tuyera

Por: Isaac Morales Fernández

Wild scenes in South America; or Life in the Llanos of  Venezuela, Londres, 1863. tomada de Ramón Páez.

      Dionisio Cisneros nació cerca de lo que es hoy el Municipio Paz Castillo, al norte, en una hacienda baruteña, a finales del siglo XVIII. Descendiente de indios, era un manumiso que abrazó la causa realista a cambio de los ofrecimientos de los aristócratas criollos, seguidores y beneficiarios aún de la monarquía española. Comienza a aparecer en la historia en 1820 con el rango de Sargento, comandando tropas a favor del Rey, asediando las comunidades tuyeras que querían la liberación de la corona española. Desde los valles tuyeros, hasta las tierras del norte de Guárico, pasando por todo el centro y sur de Aragua, el indio Cisneros pasó arrasando, asesinando, robando y aterrorizando durante los días de la Guerra de Independencia y algún tiempo más.

      Es José Antonio Páez quien logra “apaciguar” a Cisneros luego de haber tomado como rehén a su hijo. Después vendrían los tiempos de La Cosiata, la separación de Colombia, la presidencia de facto de Páez, la traición a Bolívar y el fallecimiento de este ya en 1830. Algunos años después Páez y su nuevo protegido Cisneros se han unido a la oligarquía que gobierna el país. Ahora compadres ambos, pues Páez ha bautizado al hijo de Cisneros, se unen para sofocar la revolución reformista liderada por Santiago Mariño y José Tadeo Monagas. Más adelante, derrocado el gobierno conservador de José María Vargas, Páez, alejado de la coyuntura pero siempre detrás de todos los hilos de la política nacional, siempre seguido por Cisneros, se une a la candidatura de Carlos Soublette para las elecciones de 1835.

      Todo este contexto de belicosidad, la Venezuela “cuero seco” (por el decir de Páez de que Venezuela parecía un cuero seco, que al pisarlo por un lado se levantaba por el otro), sirvió de contexto sangriento para que Cisneros siguiera siendo el bandolero de siempre, pero ahora protegidas sus crueldades por el gobierno oligarca. Al surgimiento de la insurrección campesina en 1846, y de Ezequiel Zamora como militante liberal en respaldo a la candidatura de Antonio Leocadio Guzmán, Cisneros sigue en sus funciones militares y es enviado a combatir contra Zamora en Carabobo. Renuente a ser un simple mandadero obediente, comete crímenes de guerra contra campesinos y hacendados por igual. Páez se ha convertido en un avezado y astuto político y finalmente se distancia de Cisneros, quitándole su protección. Cisneros se intenta rebelar y es finalmente sometido, enjuiciado y fusilado en 1847.

     Hay varios rasgos característicos que la literatura tomó de la historia del polémico personaje. El Indio Cisneros en primera instancia es personificado como un cruel y despiadado mercenario, para usar un término más contemporáneo. Frío y calculador, astuto y audaz. En Las lanzas coloradas de Arturo Uslar Pietri, novela ambientada en la Guerra de Independencia y con varias acciones contextualizadas en los Valles del Tuy, aparece un personaje sin nombre, que interrumpe repentinamente una conversación sobre Boves, personaje que pareciera confundirse con Matías, otro indio alzado pero que hace referencia a cierto personaje conocido del estado Cojedes, históricamente posterior a los hechos que narra Las lanzas coloradas. El pasaje que hace alusión, o al menos así se puede considerar, a Cisneros dice así, en el capítulo VIII:

“Fernando se daba cuenta de que su interlocutor debía saber mucho más y se proponía sondearlo hábilmente; pero antes que terminara de hablar, del marco de la puerta que se abría a la sombra del camino surgió una voz ronca y autoritaria:

   -Buenas noches. ¿Cómo qué se conversa?

Era un indio alto, fuerte, de cara enérgica y ojos penetrantes. Al solo efecto de su presencia todos enmudecieron, principalmente el que estaba hablando sobre Boves.

   -¿Qué les pasa? ¿Por qué no siguen hablando?

Su voz no sufría alteración y sin embargo se sentía airada y amenazante.

Adelantó algunos pasos hasta situarse en medio de todos.

Los tres viajeros pudieron entonces verlo a gusto. A primera vista se comprendía que no era un peón ni un esclavo, sino un hombre libre, más aún, un hombre aureolado de un halo de energía.

Advirtiendo las tres personas sentadas retiró un ancho sombrero de cogollo de palma y saludó con dignidad.

-¿Los señores son forasteros?

-Sí –respondió Fernando.

 -¿Compradores de ganado? –agregó, sonriendo con malicia.

 -También.

 Luego, observando que el inglés lo miraba con fijeza, dijo señalándolo:

  -Y el señor no es de aquí. El señor es «musiú».

  Mientras hablaba con los tres amigos, todos los demás fueron saliendo sigilosamente hasta dejarlos solos.

 -Yo, señores, antes que me pregunten, voy a decírselo: soy mayordomo de una hacienda de la Villa y ando por aquí buscando unos esclavos que se me fueron.

  -Si es así –dijo Fernando con ironía-, me parece que no los va a encontrar fácilmente.

  -¡Quién sabe! Tal vez los encuentre ligerito.

El hombre continuaba de pie, imponiendo su estatura maciza.

 -Esta gente de aquí es montuna. O no hablan nada o hablan mucho y fastidian. ¿No le parece?

 -No creo –opuso Bernardo.

 -Y además se preocupan mucho de la guerra. Como si los esclavos pudieran perder en la guerra. No hablan de más nada. Como si en la guerra se fuera a morir todo el mundo.

 -Sin embargo, ya se han muerto bastantes –comentó el inglés.

El indio guardó silencio y luego agregó con displicencia:

-Nada más que los que se tenían que morir. ¿Ustedes quieren saber una cosa? ¡En la guerra no matan sino al que tiene miedo!

Subrayó sus palabras con una sonrisa corta, les deseó las buenas noches y volvió a salir por la puerta ahora solitaria, hacia la sombra del camino.

Los tres amigos quedaron silenciosos, impresionados.

-Este hombre es tan mayordomo –dijo Bernardo- como yo soy cura. ¿Quién sabe a quién hemos tenido aquí?”

      Luego de esta escena, los personajes reunidos en la taberna se van a dormir. En la madrugada, el inglés despierta al oír cuchicheos y cascos de caballos, a propósito de ello le inquieta el recuerdo de la presencia del indio en la taberna. Al amanecer el posadero les revela que quién se ha llevado los caballos y ha robado todo ha sido “ese indio que estaba anoche con ustedes, ese es el jefe”. Por la ausencia de indicios de violencia, y el amarrado flojo del posadero, se dan cuenta que este es un cómplice obligado del indio.

Portada de la Novela Las lanzas coloradas, Arturo Uslar Pietri. Escrita en París entre 1929-1930 y publicada en Madrid en 1931.

      Aunque Uslar Pietri no expone nunca el nombre de este fuerte personaje indio, jefe de una banda de ladrones rebeldes contra la república ubicados en la región tuyera, que somete al tabernero convirtiéndolo en su cómplice, esta descripción basta para identificar potencialmente a Dionisio Cisneros, ahorrado su nombre dentro de la trama de la obra por las técnicas básicas de la narrativa que conocemos como administración de la información y cantidad controlada de personajes terciarios identificados. La escena cumple una función estructural dentro de la novela que no es otra que forzar a Fernando, uno de los protagonistas, hacia los sentimientos de desolación y venganza contra todos los actantes de la guerra independentista. Para ello, tratándose de una novela histórica, es muy posible que Úslar Pietri utilizara el personaje histórico de Cisneros para llevar a Fernando, otrora un acomodado, ahora en campaña por la zona de Valles del Tuy, a la situación límite de no tener ni siquiera un caballo para desplazarse.

     Pocos años antes, Rómulo Gallegos había publicado su novela La trepadora, también ambientada en los Valles del Tuy, principalmente entre Charallave y Cúa, y escrita en esta región, además, en la hacienda que tenía este escritor en Charallave. La trepadora está contextualizada en épocas posteriores incluso a la guerra federal, a finales del siglo XIX, pero siendo totalmente de ficción y no una novela histórica, en ella se habla de La Guanipera, una bandada de ladrones mercenarios que asolaba y aterrorizaba a los Valles del Tuy desde hacía décadas, lideradas por el indio Guanipa, ascendente del protagonista de la novela, Hilario Guanipa (sobrino menor, específicamente). Es muy posible que Gallegos hiciera alusión con el indio Guanipa y su Guanipera al indio Cisneros y sus “guerrilleros”, como se les decía en la época. De nuevo es el elemento de la crueldad masiva el que principia a la hora de describir ese enigmático personaje del siglo XIX que marcó para siempre el imaginario tuyero con sus crímenes atroces, delineando una crónica roja que aún parece ensombrecer a esta región.

Portada de la Novela La Trepadora de Rómulo Gallegos publicada en 1925.

      Ya entrados propiamente en la literatura escrita por tuyeros, Francisco Tosta García en Memorias de un vividor, novela también histórica que se ambienta en los tiempos de la revolución reformista y los previos a la guerra federal, expone al indio Cisneros como el peor mercenario de Páez, tan malo que él mismo es quien lo manda a fusilar. Así lo expone Tosta García en su novela, en una carta de Rufino Peralta que lee su protagonista Antonio Castro al presidente electo José Tadeo Monagas. Se refiere a los liberales:

“No se conforman con haber fusilado al infeliz e inocente Calvareño en la plaza de San Jacinto, y en San Luis de cura a Dionisio Cisneros, el célebre compadre de Páez, a quién perdonó y dio dinero y tierras para premiar sus fechorías cuando realmente fue criminal, para ponerlo a su servicio, y a quien ha hecho fusilar ahora, por negligencia en la persecución y exterminio de los venezolanos que empuñaban las armas en defensa de los hollados fueros de las leyes, la justicia y la libertad del sufragio. ¡Contradictoria magnanimidad, irritante e ilógica rectitud!”

      También hay un dejo, en la narración de esta carta del personaje de Rufino Peralta al referirse a Cisneros, de que el reaccionario indio era un “tonto útil”, un caudillo desechable, o diríamos más explícitamente, un asesino a sueldo realengo que cuando ya no le sirvió a Páez por las razones que hayan sido, simplemente lo mandó a asesinar.

Portada de la novela Memorias de un Vividor, escrita por Francisco Tosta García.

      El personaje de Cisneros se mantiene un poco en las sombras de la literatura tuyera hasta el famoso relato en forma de entrevista imaginaria que hace Juan Alberto Paz al personaje mítico de Mauricio el Encantado, publicado en El Periódico de Ocumare en 1980 y reeditado en la revista ¿al vacío…? en 2013. En él ya Cisneros como personaje abandona la historia y es revestido también de lo mítico, al asociarlo con El Encantado. Así lo describe Juan Alberto Paz en su entrevista ficticia:

“-No soy bebedor ni fumador, sal no cabe dentro de mi formación debido a que pertenezco única y exclusivamente al reino de las aguas. Por lo otro, en relación al tabaco y aguardiente, es para calmar las furias de las ánimas que deambulan por el universo, debido a que fueron malos en vida y no tuvieron cabida ni en el infierno, mucho menos en el cielo. Por ello, cuando se me acercan, les rocío aguardiente, y con el humo del tabaco los ahuyento. Dentro de esas almas está uno que anduvo cuando las guerras independentistas, por allí, el cual era un asesino que mataba y se comía a sus víctimas. Ese llevaba por apellido Cisneros. Por ese motivo es que compro aguardiente y tabaco en ramas.”

      Cisneros ya ha calado en el imaginario popular debido a sus acciones vandálicas que aterrorizaron a los pobladores tuyeros de poco más de un siglo atrás con respecto a la fecha de publicación de este texto de J.A. Paz.

      Más adelante Metodio Aurely en su novela La aldea del cerro, escrita en los años 80 y publicada finalmente en el año 2009, también hace mención de Cisneros sin nombrarlo. La aldea del cerro es una especie de novela fundacional de Santa Teresa del Tuy, ambientada a finales del siglo XIX, pero en la que su autor ha cambiado todos los nombres de los referentes reales para hacer énfasis en la naturaleza ficcionaria de su obra. Así, Santa Teresa del Tuy se convierte en El Joyal y el río Tuy se convierte en Aucayumbo. En esta versión ficcional del pueblo tereseño, se habla de unos “sembradores de sueños”, refiriéndose a los bandidos que enterraban sus tesoros y pasados los años se comenzaron a correr los rumores infundados por los deseos de los aventureros de querer conseguirlos, desenterrarlos y hacerse de grandes fortunas. Es a propósito de estos tesoros que esta “aldea del cerro” se llama precisamente El Joyal. En ese contexto novelístico, Metodio Aurely escribe ampliamente:

“Viejos lugareños cuentan que a los finales de la cruenta Guerra de Independencia y a comienzos de la devastadora y nefasta Guerra Federal, existió un facineroso guerrillero, entre muchos de los tantos cazadores de botines y asaltantes de los pueblos inermes. Este era más sanguinario y rapaz. Algunos lo describen diciendo que era un hombre bragado, de buen porte, taciturno y ágil como las ardillas. Buen jinete y de una firme palabra, por lo cumplidor. Todo un palo de hombre, como decían los abuelos. Pero estaba marcado por un signo demoníaco, y malo iba a ser su fin.

De tal se cuenta, entre consejas y fantásticas leyendas, que un viejo caudillo veterano de las dos guerras, lo hizo su compadre para no tratar de someterlo y se dejara de eso. Pero no fue tarea fácil. Unas veces por las buenas y otras por las malas, no alcanzaba su propósito de acabar con las tropelías de renegado compadre.

Tanta indignación le causó al caudillo, que este decide salir personalmente a someterlo, y si hace resistencia, enfrentársele y hacerle prisionero, luego fusilarlo. El taimado guerrillero era más audaz y más astuto, en tanto continuaba en lo suyo. Asaltos, robos, crímenes, aldeas arrasadas por el fuego. Hasta los templos eran pasto de su diabólica vesania. Era similar al lobo de Santo Pancho, como llaman los lugareños a San Francisco de Asís. No, era tal vez peor, ya que el animal del venerable santo se sentiría ofendido ante tal comparación; pues lógicamente nació irracional; pero no era más cruel y sólo mataba para comer después que los humanos le hicieron tanto daño, apaleándolo y negándole alimento, dándole muy malos tratos en ausencia de su dueño. Como sentencia el dicho, también hay animales bautizados y el sanguinario guerrillero dejaba en menos y aún más minimizado a cualquier  irracional, fuera lobo o no. El animal, cual el más feroz, mata únicamente para comer. Tampoco sabe de venganza, odio ni ambiciones bastardas. En cambio el bípedo humano, sobre todo de la especie del que aquí se menciona, saqueaba pueblos, profanaba templos, violaba, asesinaba a sangre fría, sólo por primitivo y atávico placer.

Del fruto de sus atrocidades y latrocinios, llevaba recuas de mulas cargadas con baúles y alforjas con oro y joyas de diversos tamaños, calibres y colores. Lo que fue lugar común ha pasado a ser leyenda, conservada en los mentideros de la tradición. Contándose desde mucho tiempo ha, que cierta vez, en una fecha indefinida, pasó por tierras aledañas a este pueblo en su inicial comienzo, un hombre con arreos de miliciano, quien resultó ser el guerrillero que cargaba un caudaloso tesoro de oro y joyas, caudal que sólo era producto de sus andanzas de bandolero, asaltante y reo fugitivo que debería ajustar cuentas con la justicia. Andaba huyendo, puesto que lo buscaba una patrulla de militares del gobierno que le perseguía por los contornos, y en vista de que podía ser sorprendido de un momento a otro, se aprestó a deshacerse de las piezas de oro y joyas que llevaba en sus avíos, producto de tropelías en los pueblos y robos en las iglesias, de los que cargaba con todo lo de valor material.

Su último resultado era que estaba ante el dilema, si resistir los ataques de los militares que lo seguían de muy cerca, vencer o morir, o enterrar el tesoro, y así, en caso de ser apresados, únicamente él tendría la ubicación del lugar donde dejaba su tesoro que nadie le podía disputar.

Dicho y hecho, contrató varios peones y con tres de sus hombres de confianza, optó trasladar la cuantiosa fortuna. Habilitando tres mulas y dos burros, se internaron los hombres por intrincados breñales en busca del lugar más escabroso y oculto donde enterrar el cuantioso tesoro. Con ellos, muy vigilante y atento a cualquier movimiento sospechoso, estaba el dueño de aquello tan valioso que iba a ser confiado a la tierra, distribuyéndolo en sendas partes, la plata, el oro y joyas. De las joyas se dice que era mayor cantidad que los cajones del oro y la plata. Todo un tesoro, sólo comparable al de Atahualpa.

Después de realizada la faena de los “enterradores”, el hombre que los contrató, dispuso premiar su labor con un brindis luego de pagarles su trabajo. En medio de la euforia y la consabida borrachera, el sanguinario bandolero, echó veneno en las garrafas y barriles del vino, ron y aguardiente. En la complicidad de las tinieblas, después de realizado su macabro plan, el asesino se marchó dejando una docena de cadáveres, única manera de hacer que callaran para siempre el secreto y el nombre del lugar donde quedara enterrado el tesoro de El Joyal.

Aunque de lo sucedido en ese entonces, es de dominio popular que en una de las casas más viejas, de las que quedan en pie unas paredes de tapia y derruidas puertas de hierro leproso de herrumbre; en medio de tales escombros, dicen los lugareños que se levantan voces y ruidos que espantan y entre gallos y medianoche se oye un galopar de caballo de alguien que huye. Hay quien asegura haber visto la visión de hombre a caballo que, al salir al galope, los cascos del animal emiten destellos de fuego como algo que arde sobre las piedras y se percibe un olor muy característico a tumba recién abierta, y un ‘¡arreeh!’ que se pierde en el abismo del silencio, y hasta los grillos silencian sus bandolines, causando tal escalofrío que al más pintado le pone el cuero y los pelos de punta. ‘Ese es el espectro fantasmal del pueblo El Joyal’, dicen algunos con temor supersticioso, mientras hacen la señal de la cruz. Es lo que se oye decir a los lugareños, cuando alguien hace mención acerca de la Leyenda del Enterrador de sueños, refiriéndose al bandolero que enterró oro, plata y joyas sagradas de las imágenes de los altares de las iglesias que profanó, al autor de numerosos crímenes, quien sepultó en el silencio profundo y eterno lo que otros sueñan poder hallar, no importa cuando, y desenterrar el legendario tesoro de El Joyal.”

      Tal es una de las evocaciones más detalladas en el imaginario literario tuyero de la figura del indio Cisneros. La novela no pretende ser histórica, ni siquiera es de estilo costumbrista ni criollista, es una obra narrativa contemporánea con juegos de realidades y saltos temporales que enmarcan la vida de un intelectual frustrado de un pueblo, Mauro Malasín, cuyo amigo “El librero”, del cual nunca se dice su nombre, y “el arriero” son los únicos confidentes, psicológicamente pincelados, ensombrecidos, que tiene Malasín, quien vive enamorado solo con la tendencia a evadirse de la realidad entre el licor y la literatura.

Portada del libro La aldea del cerro de Metodio Aurely, año 2009.

      Pero Metodio quiso enmarcar su obra de manera sutil, sólo apreciable para quien conoce la historia de Venezuela, y específicamente la relación entre el no nombrado Páez (“el caudillo veterano de las dos guerras”) y su “renegado compadre” tampoco nombrado, es decir, Cisneros. Pero esta reminiscencia histórica le sirve de excusa al autor de La aldea del cerro para agregar el elemento casuístico de los legendarios tesoros que dan nombre al pueblo y que son, en alguna medida, parte de los sentimientos de frustración de antihéroe absurdo de su protagonista Malasín, quien se sabe totalmente incapaz de conseguir uno de esos tesoros enterrados en las afueras de la aldea. Además todas las hazañas asesinas del guerrillero, o dicho con un lenguaje más ajustado, el mercenario, pintan el cuadro perfecto para el otro elemento atmosférico de la narrativa aurelyana: lo fantasmagórico, el espanto que aparece en las noches en el pueblo.

      Es fácil evidenciar como de nuevo, luego del texto de Juan Alberto Paz, se ve al personaje de Cisneros revestido con esa aura monstruosa del villano en vida convertido después de la muerte en alma en pena, un ser tan maligno que al no ser recibido ni en el mismo infierno, quedó como espíritu maligno vagando en la tierra. Es, en buena medida, el reflejo de un imaginario popular bien arraigado en la tradición oral tuyera, y llevado magistralmente a la literatura por estos escritores tuyeros.

      Más adelante encontraremos a Cipriano Alberto Moreno y su novela, escrita entre finales del siglo XX y principios del XXI, y publicada en 2011, El jardín de Rosa Amelia, novela contextualizada igualmente en la época posterior a la Guerra de Independencia, en ese período en el cual, lograda la república, Cisneros siguió aún con sus fechorías por la pura sed de maldad. Sin duda, es Cipriano Alberto Moreno quien más se ha esforzado en una psicologización de Dionisio Cisneros, ya que este es precisamente el antagonista de la novela mencionada, de manera que no aparece como personaje terciario, sino como el que prácticamente lleva toda la trama de la novela a su antojo de principio a fin. El perfil que hace C. A. Moreno de Dionisio Cisneros, merece por sí solo un análisis un poco más detallado que acá por razones de espacio no podrá tener lugar, ya que a lo largo de toda la obra Moreno se preocupa por detallar pensamientos, gestos, acciones, actitudes y aptitudes que convierten al último realista en un personaje muy bien construido, bien pensado desde el imaginario popular y la tradición oral tuyera pero también con la profundidad de un escritor que sabe dominar la caracterización tridimensional de un personaje. En la escritura de moreno, Cisneros pasa de ser un ordinario asesino por naturaleza, y de un personaje histórico arquetipado por el terror sembrado en la memoria colectiva, a ser un personaje humano, astuto y cruel como siempre, pero también, como ya lo vislumbra Metodio Aurely, en un hombre de palabra, que no se traiciona a sí mismo.

Portada de la Novela El Jardín de Rosa Amelia de Cipriano Alberto Moreno, año 2011

      En su astucia, cuyo rasgo común presente desde Las lanzas coloradas es su táctica de ocultar su identidad y ejercer el poder sobre los demás con su sola aparición, algo que vemos en El jardín de Rosa Amelia, donde Cisneros se presenta con el nombre de Manuel Oliveros; y es también, recalcado el rasgo común de su astucia, su capacidad para conseguir beneficios mediante la extorsión a los dueños de propiedades, convirtiéndoles a pesar de ellos en sus cómplices, como el posadero en Las lanzas o Inocente Ascanio en El jardín. Cisneros llega a tener, gracias a la potente creatividad de Moreno, una especie de ética de la maldad digna de los personajes villanos mejor diseñados de la historia de la literatura, desde el cruel Yago para acá.

      Aún queda mucho por decir de la figura de Dionisio Cisneros. No fueron tomados en cuenta para este ensayo textos como el ensayo histórico de Oscar Palacios Herrera Dionisio Cisneros, el último realista publicado en 1989 por la Academia de la Historia; o los Episodios venezolanos de Tosta García, el primero por ser un libro histórico, no literario, y el segundo porque bastó para los fines de este ensayo la percepción pincelada del mismo autor en Memorias de un vividor, donde ya la literatura dejó de ser reproducción y exaltación de los hechos históricos para convertirse en verdadera creación literaria. Quedará pendiente para otra investigación, el sondeo de la tradición oral aún no llegada a la tinta, de los cronistas de los pueblos, y de un sinfín de otras fuentes no tuyeras y no escriturales donde Cisneros seguirá para siempre en su corcel nocturno degollando el imaginario colectivo tuyero, escondiendo sus tesoros, ocultando su nombre y dejando su desolación por todos estos valles de la violencia cíclicamente reproducida por los mercenarios del momento.

Fuentes Consultadas

  • Aurely, Metodio. “La aldea del cerro”, Fundación Editorial “El perro y la rana”, Colección Manuel Díaz Rodríguez, Serie “Ídolos Rotos”, Nº 1, Santa Teresa del Tuy, Venezuela, 2009, 156 pp.
  • Gallegos, Rómulo. “La trepadora”, 2ª ed., Prólogo de María Josefina Tejera, Caracas, Monte Ávila editores, 1977. 185 pp.
  • Moreno, Cipriano Alberto. “El jardín de Rosa Amelia”, Fundación Editorial “El perro y la rana”, Colección Manuel Díaz Rodríguez, Serie “Ídolos Rotos”, Nº 3, Santa Teresa del Tuy, Venezuela, 2011, 82 pp.
  • Paz, Juan Alberto, “Yo entreviste a Mauricio” Artículo Publicado en el diario, “El Periódico de Ocumare”, 2003, página 2
  • Tosta García, Francisco. “Memorias de un vividor” Tipografía “La Semana”, Caracas, Venezuela, 1913, 307 pp.
  • Uslar Pietri, Arturo. “Las lanzas coloradas”, Editorial Oveja Negra, Tecimpre, Ltda. Bogotá, Colombia, 1985, 168 pp.

1 comentario

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Una respuesta a “DOSSIER 9.3: Dionisio Cisneros en la literatura tuyera

  1. Antonio Carrasquel

    Muy buena información. Supe de este personaje histórico de la zona tuyera hace muchos años cuando leí «Dionisio Cisneros, el último realista», sin embargo esta publicación permite conocer mejor al personaje y su desenvolvimiento en la historia.

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