Del amor juvenil a la militancia estudiantil: Pégale Candela.

Por: Alejandra Szeplaki

      ¿Como era el ser estudiante en Caracas? Era madrugar, tomar el metro, tomar un carríto destartalado con salsa a todo volumen, que los autobuseros no te aceptaran en su unidad porque “pagabas la mitad del pasaje” y que pocos chóferes de autobús que te recogían de la calle, al montarte te decían: “los estudiantes no ocupan los asientos sino que van de pie”. Era escuchar o ver por la Tv que: “…unos ‘estudiantes revoltosos’ murieron a manos de la policía…”, para conocer luego que por esos “revoltosos” se tuviera el privilegio de un boleto azul del metro o que con presentar tu carnet del liceo, pagaras la mitad del boleto del autobús.

Alejandra Szeplaki, cineasta y documentalista venezolana

        También era ir al liceo donde lo que me enseñaban carecía de todo interés, con unos profesores aburridos, represivos, acomplejados y que “pagaban” con sus estudiantes todo tipo de frustraciones personales amparados en su pequeña cuota de poder. Dinámicas sociales marcadas por la competencia en el salón, por la carrera de muchos por encajar, burlándose de los más débiles, allí entraba, a su vez, la etiqueta de apto y no apto entre los que presentaban la “Prueba de actitud académica”. Era la época donde las conversaciones giraban en torno a las tiendas nuevas de CCCT y lo increíble que era entrar a Wall Street con una cédula de una prima que ya tenía 18 años.

      Tardes de hastío en una ciudad que tenía muy poco que ofrecer a la gente joven -acaso aún eso no ha cambiado mucho-, una ciudad donde las tiendas vendían “ropa de vieja”, un país donde el concepto de Tv., un domingo en la noche era: Primer Plano con Marcel Granier, un programa con Alfredo Peña, otro señor de mil años llamado Pedro Berrueta o ver el refrito de “favoritos del monitor hípico con la voz de Alí Khan”. Días mirando el techo del cuarto, escuchando la única radio decente “radio difusora Venezuela”, pensando que el mundo no podía ser eso. Un país donde ser joven era un castigo y donde no existía posibilidad alguna de conexión con otros o sentirte parte de algo. Un país negado para la juventud.

       Sentía que no encajaba y no pertenecía a ningún lado, sobre todo si eres de los que ir a una fiesta, tomar cervezas, fumar en la calle y perder tiempo no “llenaba” el alma con nada de eso. Hasta que vez a alguien más raro que yo y que estaba en 5to año, que también se refugia detrás de un libro, me explica que existe la Cinemateca Nacional y existe una sala de cine diferente que se llama Margot Benacerraf. Me invita a ver “Las fresas de la amargura”, me presta un libro de Mario Benedetti, “Pedro y el Capitán” y “Muerte accidental de un anarquista” de Dario Fo, y así sin más me parte la cabeza a la mitad y para siempre.

     Entonces acercarse al “Ateneo de Caracas”, era para mí, acceder a un universo paralelo, gente diferente que hacia teatro o danza, gente que leía, que soñaba con otro mundo, gente que conocía otros países. Desde allí comencé a tomar clases de actuación y un día leo una convocatoria a una “marcha” y decido asistir con algunos de mis amigos del grupo de teatro. Conozco allí a un muchacho, mas alto que todos los demás, guapísimo, mayor que yo -que sin embargo me habla-, me pide el teléfono y esa misma noche me llama a casa a invitarme un café. Al otro día no solo tenía en mis labios mi primer beso sino un libro clave “Pasajes de la guerra revolucionaria” del Che Guevara, de la mano de ese muchacho hoy un famosísimo Ministro- conocí la militancia y empecé a formar parte del “movimiento estudiantil” y a conocer las historias de cada uno de los chicos que murió por mi derecho a un “ticket azul del metro”.

       Una nueva Caracas que se abría para mí, una ciudad llena de contradicciones donde hay un sector pequeño de la juventud que no está pensando en Miami, en las discotecas de las Mercedes, en un carro nuevo, en ir a la playa en una 4×4. Ese grupo de jóvenes “raros” que no aspiran a ser parte de Establishment, se mueve bajo otras ideas y aspira a otras cosas como: una sociedad más justa, la inclusión social, un país sin analfabetas y sin hambre.

        Mis días entonces ya no eran un hastío, había tanto que hacer, que leer y que ver… había tanta gente interesante por conocer, como la chica que trabaja de “guía” en la sala de cine Margot Benacerraf, que nos deja pasar gratis a las películas, nos recomienda películas, la chica era como un duende, se llamaba Yulimar Reyes, era pequeña, delgada, de grandes lentes, muy parecida a Yoko Ono, con una sonrisa linda y una risa muy particular; ella además de “colearnos” en la sala de cine, nos daba volantes y documentos, libros y textos insurrectos y nos hablaba de su militancia con niños de un barrio pobre de Caracas. Yo escuchaba y la admiraba en secreto, era una mujer única y yo no conocía a nadie como ella: “estudiante, militante, trabajadora y voluntaria de un trabajo social en un barrio”.

     Cada día era conocer a nueva gente con ideas diferentes, como un lindísimo muchacho estudiante de la Simón Bolívar que se llamaba Gonzalo Jaurena que tenía los ojos color miel más hermosos que había visto, que me invitaba cada tarde al cine, me daba a leer libros militantes y del que me enamore, como solo se enamoran los adolescentes.

        Él me presento a otros muchos estudiantes con los que aprendí de la vida, de los amores, del miedo, de la cárcel, de la lucha, de las historias de los barrios. Eran luchadores aguerridos, valientes, inteligentes, estudiantes impecables que resultaron ser encapuchados o tirapiedras, muchachos que pensaban en una Venezuela diferente y que batallaban a contracorriente, pequeños héroes de lo cotidiano, muchachos que escribían sin saberlo la primera línea de la historia.

Posters del documental Pégale Candela de Alejandra Szeplaki

        “Pégale Candela” es mi homenaje personal a todos ellos, los chicos que conocí en mi adolescencia y que marcaron mi vida. Una generación de muchachos que nunca pudo hablar, ni contar su historia, algunos pagaron con su vida la audacia de resistirse a un Estado absolutamente totalitario y otros pudieron ofrecer gentilmente su testimonio para que todos pudiéramos entender como era ser estudiante en Caracas dos (2) décadas atrás.

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