DOSSIER 9.5: Cisneros, la ira de dios en el Tuy (Relato Histórico)

Por Edgar Rivero

     Despuntaba una nueva mañana en el Valle del Tuy, una brisa suave, fresca, jugueteaba con los árboles, el Sol acariciaba con sus rayos sutilmente a aquel muchacho que yacía tumbado en el lodo he iba secando sus ropas, sus cabellos, sus recuerdos, estaba inerte, cansado, adolorido, poco a poco fue abriendo sus ojos hacia un cielo cada vez más azul y ve a lo lejos una bandada de zamuros revoloteando en círculos, al voltear la mirada, se topa con dos ojos que lo observaban fijamente ya sin vida, el muchacho se para bruscamente y ve a algunos compañeros caídos, otros amarrados a los árboles, rendidos, pasando el susto y con la certeza de que nacieron nuevamente. Las mulas ya no estaban, mucho menos la carga y las pocas armas que tenían, no recordaba mucho, una carcajada sonora, un indio fornido acercándose y un fuerte golpe en la cabeza.

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      Hace semanas atrás habían partido de Caicara del Orinoco rumbo a Caracas, treinta burros y mulas junto a un grupo de 50 hombres aproximadamente, llevando un cargamento de oro perteneciente al General Elías Acosta, dicho oro iba camuflado entre el pescado salado que se llevaba a la capital para venderlo durante la Semana Santa. El General Acosta no quería vender su oro  a los compradores de la zona pues le parecía injusto el precio que ofrecían, así que lo fue acumulando en Cabruta, hasta que decidió enviarlo no por el Orinoco ya que le parecía peligroso, envió a sus hombres por las Mercedes del Llano, pasando por San Rafael de Orituco hasta llegar a San Casimiro para luego caer en el camino que va hacia a Cúa, justamente casi llegando a esta población al anochecer y bajo un diluvio que ahogaba las penas ajenas, fueron emboscados por 150 hombres, muy pocos ofrecieron resistencia.

¡Casimiro, mijo ven a desatarme!

      El muchacho volvió en sí y fue corriendo como pudo y llegó al sitio de dónde provenía la voz que había escuchado, era el capataz que desde un árbol, atado, lo llamaba. Casimiro lo desató como pudo, al hombre le dolían las articulaciones por la incomodidad de como estuvo amarrado, fue recobrando sus fuerzas y dijo:

– ¡Qué desastre! ¿Te encuentras bien muchacho?

 – Un poco adolorido, señor.

 – Ven, desatemos a los demás

      El grupo de hombres se fue reuniendo nuevamente, el balance fue poco alentador, hubo pocos muertos, ya que la mayoría se rindió, pero toda la carga, todo el oro del General fue robado, unos campesinos de la zona les fueron ayudando, la desesperación corrió a abrazar al capataz que estrellaba el sombrero una y otra vez contra el suelo.

¿Cómo le digo esto al General?

– ¿Qué vamos a hacer? Dijo unos de los hombres.

¿Qué, que vamos a hacer? Regresar a Caicara ¿Qué más? ¿O es que vas a perseguir a esos bandidos? ¿Pa’ que nos maten? Dijo otro hombre.

     Casimiro los escuchaba atentamente, mientras uno de los campesinos le limpiaba la herida de la cabeza.

Todo fue tan rápido. Le dijo al campesino

Se me acerco un indio fiero y no recuerdo más.

¡Ese fue Dionisio Cisneros! Le dijo como un susurro el campesino.

¿Dionisio Cisneros?

Ssssh baje la voz, los montes tienen oídos pa’ escucha lo que deben de escucha

     No muy lejos de allí, entre la espesura del bosque aún húmedo, Cisneros revisa el botín; pescado salado y algunos quesos, se va dando cuenta que algo ocurría con la mercancía, se sorprendió muy gratamente al observar muy bien un brillo conocido que le hace sonreír, saca el oro como puede para que sus secuaces no lo vean, reparte lo robado entre sus hombres para que vayan a vender lo que puedan a los pueblos adyacentes y con un grupo de confianza se dirige hacia la Fila de la Magdalena donde se hallaba su guarida, manda a  enterrar lo encontrado,  luego asesina a los excavadores para que sus pobres almas cuiden del preciado tesoro,  reúne de nuevo a sus hombres y comienzan nuevamente sus fechorías.

¡Muchos dicen que es el mismísimo diablo en persona, que conoce estos montes como la palma de sus manos y que se transforma en una bestia salvaje! Dijo el campesino a Casimiro que lo miraba asombrado y al momento ambos, se persignaban.

El gobierno le ha dado caza pero se le escabulle y la presa cazada se vuelve el cazador. Dijo nuevamente el campesino.

      Dionisio Ramón del Carmen Cisneros Guevara, había nacido en Baruta hacia 1793, durante un buen tiempo trabajó  como arriero en los Valles del Tuy, aprendiendo así a conocer los caminos y parajes de la zona, durante la Guerra de Independencia ingreso al bando realista, esto porque era muy religioso y creía en la absurda divinidad del rey Fernando VII, en el ejército alcanzó el grado de sargento. Cisneros estuvo en la tropa que le hizo frente al General José Francisco Bermúdez que fue enviado por Bolívar a Caracas para entretener  al ejercito realista para así realizar la exitosa Campaña de Carabobo, al  ser derrotado el frente enemigo por Bermúdez, Cisneros huye al Tuy hacia las montañas, donde forma una columna guerrillera realista que atacaba los pueblos de la zona, los valles de Aragua, Guárico y hasta llegaba muy cerca de la capital del país.

      Cisneros y sus guerrilleros, llegaron a robar a todas aquellas personas que se atrevían a pasar por el Tuy rumbo al llano, incluso dicen, llegaron  a cometer violaciones y asesinatos, saqueaban las haciendas, haciendo que los dueños por temor las abandonara o que trataran de ganarse su amistad, llegando a algún acuerdo y pagar “vacuna” para que los dejara trabajar y los cuidara a la vez, el grupo comandado por Cisneros sembró el terror durante más de diez años, sin embargo muchos parroquianos buscaban su amistad, haciéndolo más poderoso ya que se hacían cómplices del bandolero. Todo a nombre de Dios y del Rey.

¡Mi General Bolívar la situación en el Valle del Tuy es insostenible! Ese bandido Cisneros está haciendo estragos en la zona y no permite que suban los suministros a la capital, muchas de las haciendas han sido abandonadas por culpa de ese indio que cree que esto todavía son tierras del Rey ¿Acaso no se da cuenta que la guerra terminó?

– Vamos a ofrecerle un indulto y a reconocerle su grado militar.

– ¿Un indulto mi General?

– Si, un indulto ¿Es que Ud., No ha escuchado bien? Vamos a darle una oportunidad al hombre para que deponga las armas, tengo entendido que tiene muchos a su mando.

– ¡Si a muchos mi General!

– ¡No se hable más! No vaya a hacer que tengamos una guerra civil a las mismas puertas de Caracas, hagamos el decreto, para que haya paz en la región.

      Corría el año de 1.827, Bolívar expidió el decreto donde se le concedía el indulto y el reconocimiento de su grado militar a Cisneros:

Concedo indulto de toda pena a Dionisio Cisneros, y a todos lo que lo acompañan, con tal que él y sus compañeros depongan las armas y renuncien a la vida errante y se abstengan de toda hostilidad contra las tropas y habitantes de la República.”

¿Y este Bolívar  quien se cree que es para concederme un indulto? Yo solo obedezco a su majestad el rey Fernando VII ¡Que viva el rey!

     Ese mismo año, Cisneros bien informado se dirige de Súcuta por las montañas de Quiripital  hacia los llanos de Altagracia de Orituco donde se apodera de 72.000 pesos en oro, producto de la renta del Tabaco, el siguiente gran asalto fue el que hizo a los cargamentos de burros y mulas del General Elías Acosta, que sin él saberlo, transportaban su oro a la capital. Muchas de las víctimas de este último asalto se regresaron a Caicara, pero otros se quedaron, entre ellos Casimiro.

– ¿Está seguro mijo?

 – ¡Más que seguro! Estamos cerca de Caracas ¿Qué otra oportunidad puedo tener?

 – Bueno, quédese y vaya con el favor de Dios.

    Casimiro se queda un tiempo en la humilde casa de uno de los campesinos, ayudándolo en sus faenas, en un pequeño conuco y conociendo la zona, hasta que llega el momento de partir a lo que él consideraba su destino: Caracas. Parte una fresca mañana hacia un rumbo que no conocía muy bien, ya llevaba un poco  de camino, cuando a lo lejos divisa una polvareda, los relinches de caballos furiosos se escuchaban muy cerca, el ruido se acercaba más, se lanzó al suelo y dentro de la maleza surgieron muchos hombres que lo rodearon y se reían de él.

¡Este se hizo el muerto!  Se burlaban los bandoleros y le daban patadas.

      Dentro del grupo surgió un rostro conocido, era aquel indio fornido que lo golpeó aquella noche tormentosa.

¡Dejen a ese muchacho, no tiene nada para robarle! ¿O es que le van a robar el alma?

     Dejaron al muchacho al momento, las órdenes de Cisneros se obedecían y pobre del que desobedeciera.

– ¿Hacia dónde vas muchacho? Pregunto Cisneros.

– A Caracas a buscar trabajo Sr. – Respondió muerto del susto Casimiro

– ¿A Caracas a buscar trabajo?  – Dijo en un tono burlón Cisneros y los demás rieron a carcajadas.

– Al menos que quieras limpiarle las botas al catire Páez, muchacho, hoy estas de suerte, vas a trabajar pa’ mí, te irás con nosotros, vamos rumbo a Santa Teresa a una hacienda que tenemos allá a cobrar unos reales. ¿Qué dices?

– Si, seguro señor ¡A sus órdenes!

 – ¡A si me gusta! ¡Decidido el muchacho!

      Casimiro no tenía opciones, si decía que no, era despreciar a Cisneros y de seguro no le perdonaba la vida, así  que decidió lo que más le convenía, aventurarse con los guerrilleros, no era algo fácil mucho menos difícil, su destino había cambiado.

        El galope de los caballos parecía un ruido producido desde las fauces del  mismísimo infierno, un niño llega corriendo volando como el viento al pueblo gritando a dura voz:   

 ¡Se acerca Dionisio!

      La gente del poblado tereseño corre despavorida a esconderse donde puedan, la bandada infernal se acerca  descendiendo por la montaña de Guatopo y cruza el pueblo, Casimiro observa asombrado lo que sucede, una desolación atraviesa el poblado, los hombres de Cisneros comienzan a saquear lo poco que encuentran y Casimiro es llamado a ayudar, a duras penas va, es su primera vez, no tardará mucho en acostumbrarse, porque es más fácil hacer lo malo que lo bueno. Cisneros se acercaba cada vez más a la Iglesia, Casimiro teme algún sacrilegio, el bandido se arrodilla y se persigna, todo aquello le parece tan extraño y contradictorio, al rato  se acerca a la hacienda y el dueño le da unos pesos en oro y unas botellas de aguardiente de caña, luego continúan el camino hacia Santa Lucía a cometer las mismas fechorías.

      Casimiro se irá acostumbrando a la vida de bandolero y se dará cuenta que la vida da muchos giros, se fue ganando la confianza de Cisneros y este lo hará uno de sus hombres de confianza, había cambiado, pero aún mantenía su nobleza y un espíritu aventurero. La situación estaba algo crítica ya que el gobierno cada vez mandaba más tropas en busca de aquellos guerrilleros que tenían en jaque a la región, pero siempre fracasaban en el intento, lo único que hacían era aumentar más la fama de aquellos y así pasaba el tiempo hasta que el General Felipe Macero los sorprendió un día y los puso en fuga, logrando capturar en la huida, a unos de los hijos del líder, uno de corta edad.

      El niño en cuestión fue llevado ante el General Páez y este planeo como someter a aquel indio desobediente, acogió al niño, le dio educación, lo vistió, calzó y confirmó, se hizo compadre de Cisneros, algo que aquel respetaba mucho ya que era muy católico. Páez estaba decidido a restablecer la paz en la región y tomo una determinación:

– Urbaneja, me voy por unos días a los Valles del Tuy a conversar con mi compadre Cisneros a ver si entra en razón y deja el bochinche en la región. El Sr. Obispo se anda quejando que no hay maíz pa´ las arepas y al parecer el Congreso me quiere hacer un consejo por la situación en el Tuy, así que voy personalmente.

 – ¿Le va a hacer frente Sr. Presidente?

 – ¡Ni que frente ni que nada, Urbaneja! Voy a ir solo con unos lanceros, como te dije: solo voy a conversar con él.

– ¿Solo? ¿Y si le sucede algo? ¿Por qué no va con un regimiento?

– ¿Un regimiento más? Este hombre conoce todos esos montes Urbaneja, hemos mandado tropas y se les desaparece como un fantasma y eso Ud. Lo sabe, el compadre es un hombre fiero y con fiereza hay que enfrentarlo, hay que ganarse su confianza y eso no lo voy a hacer con un batallón.

      El Centauro del llano baja a los pocos días a los Valles y se establece en la hacienda Súcuta, propiedad del Marqués del Toro, cerca de Ocumare del Tuy, allí organiza muchos saraos, donde se canta, se baila, se hacen sancochos, carne asada, esto para llamar la atención y así poder mandar un mensaje a Cisneros. Dionisio supo de la llegada del catire Páez y manda a Casimiro y al Negro Norberto a averiguar que hacía el Presidente por aquellos parajes, van como unos campesinos más y se filtran en uno de los saraos, el aguardiente de caña hace elevar a los invitados, hace de las suyas en aquellas fiestas.

      El Negro Norberto había sido soldado raso en la Guerra de Independencia y sabía muy bien quien era Páez:

¡Casimiro! Ese de allá, es el taita.

     Casimiro ve sigilosamente entre los bailadores y el humo que se desprendía de la carne al valeroso General, porque para estar allí solo con unos pocos hombres había que ser muy valiente, el Centauro se da cuenta que lo observaban, viejo zorro como era, su mirada atraviesa como un rayo azotador al bandolero que lo miraba y con una señal con el dedo lo llama, el muchacho se acerca junto con su acompañante con algo de desconfianza.

¡No tengan miedo, no les voy a hacer nada! Tienen rato mirándome y me dije: ¿Por qué no invitarlos a sentarse conmigo? En fin estoy en su tierra haciendo estos escándalos.

     Con un gesto amable el los mandó a sentarse, seguidamente extendió su brazo y les ofreció un trago de aguardiente, estaban al frente de uno de los más grandes guerreros del país, triunfador de muchas batallas, el Presidente,  al tiempo, el Catire les dice como si de un disparo certero se tratase:

– Son hombres del compadre ¿Verdad? Yo solo vengo en paz, díganle al compadre que yo quiero hablar con él, nada más tener una conversa pues, eso es todo lo que quiero.

Muy bien le diré al Coronel que Ud. Solo quiere un encuentro. Dijo Casimiro aún con algo de desconfianza.

¿Coronel?. Quedo pasmado y pensativo el Presidente.

      Se quedaron un tiempo más, Páez y Norberto hablaron de aquellos viejos combates cuando parecía que el mundo iba a llegar a su fin, de sus viejas heridas, de las mujeres que dejaron en los caminos, de los amigos que murieron en las cruentas batallas,  luego partieron como llegaron, entre las sombras, como los espantos. Cisneros los esperaba impaciente junto a  los demás hombres cuando aparecieron dentro de los arbustos.

¿Y bien? ¿Qué hace el compadre aquí?

– Solo quiere conversa con Ud. Dijo Casimiro

– ¿Conversa? ¡Caracha! ¿Y este que quiere conversa?

– Al parecer quiere la paz entre el gobierno y Ud. mi Coronel.

– ¿La paz? Hace tiempo que desconozco esa palabra, pero si él quiere una conversa, pues lo hare.

– ¿Seguro mi Coronel? ¿No será una trampa?

– Bueno mijo, el compadre vino solo con pocos hombres, habrá que probarlo para ver si eso es en verdad lo que quiere. Mañana te regresas a la hacienda y le dirás que lo veré en el Sitio de Lagartijo, que no se le ocurra artimaña alguna, porque se regresa muerto pa’ Caracas.

      Al día siguiente Casimiro se dirige a Súcuta nuevamente y le indica el mensaje al General y este le responde:

En menos del cantar de un gallo allí estaré.

      El Sitio de Lagartijo queda al sur del rio Tuy, hacia allí se dirigió Páez solo con dos edecanes y un lancero, al llegar, ordena a este último a anunciar su llegada, se acerca a donde estaba Cisneros que estaba acompañado al menos por doscientos hombres armados hasta los dientes, el lancero anuncia la llegada del General y Cisneros le manda a decir:

– Dígale que será recibido como merece. Le dijo sonriendo.

     El lancero regresa junto al General y le informa la peligrosa situación en que se encontraban, este asume el reto, requisito indispensable para un caudillo, se acerca con arrojo, con algo de miedo pero con la valentía que lo caracterizaba, estaba solo en aquellos parajes y en pocos momentos es rodeado por muchos hombres con actitud amenazante, a través de ellos sale a su encuentro Cisneros, con dos pistolas al cinto y una carabina, se miran fijamente, allí estaban, frente a frente, el enemigo de su majestad Fernando VII y el ultimo realista, los compadres.

– ¡Así que se atrevió subir hasta aquí! Tiene arrojo lo reconozco ¿Pero que viene a buscar? ¿Acaso se le perdió algo por estos lares?

– Vengo solo a ponerle fin a esta guerra inútil, compadre Ud. Es el último realista en armas, ya la guerra término, yo mismo le puse fin allá en Puerto Cabello.

– Compadre, no hay guerra inútil cuando se lucha por Dios y su majestad, a quien soy fiel hasta el final, has visto como mis hombres han podido luchar contra tus ejércitos durante un buen tiempo, no les tenemos miedo, has tenido que bajar hasta acá pa’ ve que logras y ahora mismo te puedo mandar a fusilar.

      El Centauro presiente lo peor pero no vacila en ningún momento, pero está seguro que es una prueba, sabe muy bien que si demuestra miedo no habrá compadrazgo que valga. Cisneros ordenaa Casimiro a colocar al General en un árbol cercano delante de sus mejores tiradores.

Quiero que veas la habilidad de mis hombres con las armas.

– En ese caso, yo mismo doy la orden, compadre. Le responde Páez.

– Como Ud. Quiera.

     Se para firme, levanta la cabeza y mira al cielo y luego al frente, ordena las maniobras tradicionales para estos momentos a los hombres que tiene a la vista, sabe que no van a errar los disparos, cargan las baquetas, ha llegado el momento y en otro gesto de valentía ordena:

¡Apunten! ¡Fuego!

      Cierra los ojos, silban los disparos a su alrededor, los siente rozar su humanidad, Cisneros había ordenado con un gesto que no lo mataran, luego se ríe a carcajadas al igual que sus hombres, pero admirado por la valentía del Presidente se acerca:-

Lo que no lograron sus ejércitos lo hizo su valor compadre, de ahora en adelante cuenta con un amigo en las buenas y en las malas.

      Cisneros aceptó la autoridad de Páez y este dictó un decreto de amnistía el 27 de Noviembre de 1.831 para él y su guerrilla, reconociéndole el grado de Coronel que ya solía usar y a sus oficiales los grados de capitanes, tenientes y alféreces, se le encomendó la defensa de la región tuyera que él tanto asolo. Siguiendo órdenes llegan a Caracas, para el Teniente Casimiro es su primera vez, observa asombrado la ciudad que va renaciendo poco a poco de los avatares de la guerra, se siente elegante con su uniforme. En 1.833 al Coronel se le ordena la persecución del Coronel Cayetano Gabante que había huido de la cárcel ya que se encontraba preso porque se había levantado en armas, Cisneros y sus hombres logran alcanzarlo en el sitio de El Acapro, cerca de La Victoria, pero este logra huir, en el enfrentamiento muere el hermano del Coronel subversivo: Andrés Guillen.

      En 1.835, estalla la Revolución de las Reformas en contra del entonces Presidente José María Vargas que es desterrado a las Antillas, revolución llevada a cabo por grandes próceres de la Independencia, Páez que se había retirado por algún tiempo regresa para restituir al gobierno, se les va uniendo numerosos milicianos gracias a su prestigio militar y popularidad, Cisneros y su batallón se les une.

¡Teniente Casimiro Delgado!

– ¡Ordene mi Coronel!

– Reúna a la tropa que vamos a luchar contra estos reformistas.

      A Cisneros se le dio el mando de la columna que persiguió a los reformistas desde su retirada de Caracas, gracias a sus grandes conocimientos de la zona.Fue durante estas escaramuzas que el famoso bandolero le confiesa a Casimiro, gracias al aguardiente, donde tenía su botín enterrado:

– Allá en la Magdalena tengo mi tesoro, Teniente. Suficiente para ser feliz  ¡Lo cuidan los muertos!

      Y acercándose a Casimiro, al oído, le confiesa el sitio, pero este actúa como si nada hubiera escuchado, por respecto o tal vez por temor a como pudiera ponerse el Coronel en la sobriedad, así que trata de olvidarlo, aunque se recordó de aquella fatídica noche en que el destino puso a aquel rebelde en su camino. La brisa soplaba fuertemente  y su canto se confundía con el canto de soldados borrachos, tiempos duros estaban por llegar, tiempos fuertes para decidir y cambiar.

¡Qué cambios bruscos tiene esta vida!, Pensó.

      En 1.846 estalla la Insurrección Campesina que como pólvora encenderá el país, encabezada esta por Francisco José Rangel (Indio Rangel) y un tal Ezequiel Zamora, aprovechando una terrible derrota de estos en Laguna de Piedra, Páez baja de Maracay a los Llanos, distribuye varias columnas a las órdenes del General León de Febres Cordero, quien tiene a su mando al Coronel Cisneros. El Estado Mayor encarga a Cisneros para llevar a cabo una persecución en busca de Zamora.

– Compadre, le encargo esta misión, no pare por ningún momento, no descanse hasta encontrar y batir a esos facciosos que han puesto en desorden a la nación. Esos son puros pata en e’ suelo.

      Aquel Centauro confiaba en el antiguo guerrillero realista, porque como Rangel y Zamora, tenía experiencia suficiente en emboscadas de montañas, podía recorrer a pie cualquier ruta, correr por desfiladeros, pasar las noches en vela en la intemperie, esconderse entre matorrales, aunque no conocía bien a aquella región, era arriesgado y atrevido. Un día supo de Zamora y subió a batirlo en la apartada cima de La Tormenta, aquellos pronto lo supieron, se replegaron por detrás de las cumbres, tuvo que suspender la operación al verse desorientado. A lo largo del camino durante la persecución y las paradas obligadas, se escuchaba a los lejos:

¡Oligarcas temblad, viva la libertad! ¡Tierras y hombres libres!

      Casimiro, escuchaba todas estas consignas y las meditaba, no aprobaba en como su Coronel actuaba, ya que Cisneros quemaba los sembradíos, ordenaba a azotar a mujeres, niños y ancianos, saqueaba los poblados en busca de alguien que le dijera donde se encontraba ese Zamora, incluso los espías huían al pagarles por adelantado y los campesinos hacían lo mismo a ver las tropas del gobierno y sumado a esto la gran rebeldía y desobediencia del Coronel, realmente nunca logro encontrar a Zamora y este ponía en jaque a las tropas del gobierno. Páez mandó a Cisneros a combatirlo junto a Racamonde, Guevara y José García en La Tigra, pero no apareció, alegando que se había distraído, esto abrió sospechas en el Estado Mayor haciéndole este un llamado de atención.

¡Este Zamora no es fácil de agarrar mi Coronel! ¡No es como cualquier bandido, sabe mucho de tácticas! Parece un general con más experiencia que su compadre. Se burla de nosotros y hasta a veces presiento que nos vigila desde esos cerros y si seguimos quemando los campos se nos va a poner difícil la cosa. Le dijo Casimiro.

¡Que va Teniente! Ese conoce to’ estos caminos al igual que el indio Rangel que ese si conozco bien, pero el muchacho es arrojado y se ha ganado la confianza del pueblo y eso nos embroma. Ni que los asuste dicen algo, ya esto me está cansando, ya el compadre y esos generales que solo saben dar órdenes me están cansando.

      Sin embargo Cisneros le pisaba los talones, pero Zamora era más astuto y siempre le perdía el rastro al saber este que estaba muy cerca, no era lo habitual a lo que él solía perseguir, este era un estratega.  Se corría el rumor de que Cisneros estaba haciendo negociaciones con los rebeldes, pues sucedió que en la Batalla de Los Bagres donde salieron victoriosos los insurrectos, no apresuro el paso de su tropa para a ayudar al Capitán José del Rosario Villasmil que muere de un certero disparo en la cabeza. Horas después, Dionisio se presentó a una milla de La Sabana, se acercaba Zamora, Casimiro lo tenía a un tiro de distancia y el Coronel no dio la orden de abrir el fuego, algo ocurría que él no sabía aún, sin embargo se alegró porque empezaba a admirar a aquel faccioso.

– Mi Coronel ¿Por qué no dio la orden de abrir fuego?

– Luego comprenderá, luego comprenderá.

     Páez no quiso proceder contra su compadre por el raro comportamiento en Los Bagres pero le parecía inconveniente de que continuará al mando de la columna de San Sebastián así que lo aparto con una comunicación del Estado Mayor donde le ordenaba entregar el mando y llegarse al Cuartel General a lo cual este le contesto:

Compadre, concédame el permiso de retirarme con mi tropa, ya que llevamos tres meses de servicio fuerte, sin descanso alguno, la fuerza se encuentra inútil y sin poder dar un paso, el espíritu de deserción corre raudo por la columna, temo quedarme solo, un sargento y un cabo ya han desaparecido.

    Se le reiteró nuevamente la orden de entregar la tropa y presentarse al Cuartel General a lo cual desobedeció,  Cisneros fue reducido a prisión por primera vez, ni en su época de bandolero cuando se burlaba de las tropas del gobierno se le había arrojado detrás de los barrotes, le quitaron su espada y le pusieron grillos.

¡Coronel! Grito Casimiro que a pesar de todo le era fiel.

– ¡Quédese quieto Teniente! Ya saldré de esta.

      Pero que va, su mismísimo compadre dio la orden  esa misma noche  13 de Diciembre para someterlo a un consejo de guerra, se le acusara de inobediencia, sedición y expoliación.

– ¡Este hizo tratos con los sediciosos por eso nunca los encontraba! Se iba por otros caminos tratando de no encontrarlos. Dijo un testigo

– Se tardó en llegar para ayudar al Capitán Villasmil allá en la acción de Los Bagres. Dijo otro.

– Se roba el ganado y saquea los pueblos. Asegura un soldado más.

      En su defensa alegaría:

– ¡Este Zamora ha hecho un pacto con el propio diablo! Conoce todos los caminos y atajos de la zona y no es ningún pendejo como ustedes creen, vencería al mismísimo compadre.

      Pero sus palabras no ablandaron a su compadre, se le condeno por unanimidad de votos a ser pasado por las armas, con previa degradación. La Corte Suprema de Justicia confirmó la sentencia; y no habiendo encontrado el Poder Ejecutivo motivo para conmutarla, se ordena la ejecución el 13 de Enero de 1847 a las 11 de la mañana en la plaza de San Luis de Cura.

       Llegado el día, Casimiro le observa tranquilo, decidido, sin miedo alguno, el mismo lo lleva al patíbulo como aquella vez lo hizo con Páez solo que esta vez no había carcajadas.

Tranquilo muchacho, solo vas a ver como mueren los hombres.

      Al caminar se escucha el pelotón, las órdenes cerradas, las cargas de las bayonetas, ya mirando al frente, orando al cielo, de rodillas y observando con bravura a los hombres que le apuntan sin compasión, se escucha la orden:

– ¡Apunten! ¡Fuego!

¡Carajo! Se le escucha decir y cae como sonriendo, como si su alma volara libre al fin.

     Casimiro observa todo aquello, recio, mudo, con un dulce sabor a traición, sabía de antemano que una nueva etapa de su vida estaba por abrirle las puertas. Las tropas de Cisneros pasan a engrosar las del General Cordero, muy poco después, la Insurrección Campesina termina con la captura y ejecución de Rangel y la posterior detención de Zamora que escapa de la muerte por hacerse pasar por un campesino más, sería indultado poco después por el Presidente José Tadeo Monagas en 1.848.

      Aquel muchacho oriental que se hizo tuyero y bandolero no era el mismo, sus ideales ya eran otros, como se había madurado esa fruta entre las muchas aventuras que vivió, se traslada a Barquisimeto y luego a Maracay con el destacamento que traslada a Zamora a la cárcel de esta ciudad, se podrá al tanto de las ideas del detenido y del porqué de su contienda, luego subirá a Caracas y se pondrá a las órdenes de Monagas. Zamora será llamado al servicio militar tiempo después  y con el grado de Comándate será enviado a Villa de Cura a reclutar milicias, Casimiro será enviado con él, aquel que tanto persiguió en el llano ahora estaba a su lado, pero por primera vez se sentía más a gusto y sentía que agarraba el carril nuevamente y verá como el pueblo se une a la tropa de aquel caudillo incondicionalmente.

Teniente ¿Cómo qué extraña a su Coronel? Era un hombre arrojado y astuto pero la experiencia nada vale sino tienes al pueblo de tu lado y si lo trata mal ¿Que Ud. Puede esperar? Le dijo Zamora a Casimiro.

Pero casi le pisábamos los talones, pero Ud. Nos evadía con facilidad, se nos perdía pues entre esos montes donde el diablo pierde la bravura, muchos  de nuestros hombres huyeron de nuestras filas asustados y cansados pues.

Es muy fácil perderse si conoce estos caminos Teniente, y si Ud. Se gana a estos hombres de seguro lleva la delantera, ellos no confían en Ud. Teniente, eso se lo aseguro,  por lo que Cisneros les hizo, así que se los tiene que ganar.

¡Eso tratare!

– ¡No trate Teniente! ¡Hágalo! Y se ganará la gloria no la que ofrecen esos godos sino la que ofrece el pueblo.

      Zamora perseguirá a los godos sublevados contra el gobierno de Monagas, liderados por Páez, capturará a este y lo llevara encadenado a Caracas, una vez más Casimiro estaba al lado de aquel legendario llanero:

¡Traiciono a su compadre!

      Páez lo miro de reojo.

– ¡Muchacho que mundo tan pequeño! Tu Coronel desobedeció órdenes ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué todos me desobedecieran y se burlaran de mí?

– ¡Pero era su compadre! Al menos debió  solo de degradarlo.

– ¿Para que volviera nuevamente a sus fechorías y se terminara de unir a los facciosos?

– Muchacho, para gobernar este país hay que tener mano fuerte y voz de mando, todos creen que estas tierras es una hacienda que tienen que conquistar para saquearla y como nos matamos por ella.

      En 1.858 comenzaría la Guerra Federal, Casimiro seria unos de los oficiales más aguerridos del bando federal, muchos decían que su valentía se debía para expiar los errores de su pasado, pero con el injusto asesinato de Zamora en 1860, el desastre de Coplé y la firma del Tratado de Coche que ponía fin a la guerra pero que traiciono el ideal zamorano en el que él tanto creía, volvió al punto de partida donde había comenzado sus andanzas: al Tuy. Se instaló por un buen tiempo en La Magdalena apartado de la política, muchos dicen que fue en busca del tesoro de Dionisio Cisneros, lo cierto es que nunca más lo vieron, pero algunos cuentan que se trasladó a Villa de Cura  donde vivió holgadamente, lleno de recuerdos de sus aventuras.

      Aún muchos buscan estos tesoros escondidos entre los parajes de la montaña, unos dicen que han visto luces, señal del enterramiento, otros han huido porque dicen que escuchan terribles gritos en la obscuridad, los muertos han sabido cumplir más la tarea de los vivos, porque ya muertos ¿Qué avaricia van a sentir?

¡El tesoro lo cuidan los muertos!

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